Tomo sopa de vitina después de un fin de semana agitado. Vómitos. Toda la noche del doming me la psé en un baño de un departamento de Constitución vomitando. Así que esta semana me toca sopita y té de manzanilla mientras trato de recuperarun poco de energía, mientras pienso que otra vez otroño, y cómo. Con todas las letras.
Pienso que no quiero estudiar, que quisiera sentarme a leer en la cama lindas novelas, tranquilas novelas, ver pelis en el sillón, tapada con una frazada, leer en capítulo 93 de Rayuela (otra vez), y deir que El amor, esa palabra...
Pienso que quiero tatuarme un tornillo en el cuello. Un tornillito pequeño y simpático, pareido a un trompo girando, que haga acordar ligeramente a un ojo, y de ese ojo a una estrella, y así eonamente eleccines que van creando caminitos que se bifurcan y cada bifurcación lleva a otra elección donde los caminos se apartan.
Solo que odio elegir. Cortado en jarrito o café con leche es para mi la más grande dicotomía. Ni hablar de cosas serias (más serias que el café).
Trato de concentrarme, no es que no, pero casi nada es fácil estos días. Quisiera que por fin llegue el invierno, pero solo porque no se aguanta más tener estas mañanas acolchadas de hojas rojas como fuego.
2 comentarios:
Hasta que -al menos para mí- el invierno llega, y todo sigue allí. El problema debe ser que sigo esperando primaveras, otoños, tardecitas silenciosas o noches y griterío, no importa qué sea, pero siguen llegando al mismo lugar.
Habría que probar cambiar el trazo mismo, más que las pobres figuras... Pero si nos quedamos sin líneas, casi que no me animo a seguir dibujando todas las pelotudeces que uno araña por ahí para sobrevivir, ¿no?
Mi tarde, por lo pronto, es feliz fumando en pipa y escuchando http://www.youtube.com/watch?v=RKMqCqjixyo&eurl=http%3A%2F%2Flereveux.blogspot.com%2F&feature=player_embedded
¿Vos decís? Yo creo que se puede (que puedo, bah) llegar a (intentar) querer no querer nada, y no por eso dejar de esperar (todo, "nada", las pequeñas cosas que nosotros seguimos aguardando).
Porque, yo qué sé, que el colectivo efectivamente venga, como uno lo sueña (¿soñaba?) -en hora y de colores, con gente feliz arriba y un chófer que me da la bienvenida, es algo que -diría- ya casi ¿sabemos? que no va a pasar.
Lo sabemos sin saberlo, porque por la negativa lo estamos experimentando, todo el tiempo: efectivamente, seguimos ahí, en la parada; a veces hasta somos conscientes de que llueve y no, el colectivo no se ve.
Pero, aún así -tenés razón- seguimos (seguís, sigo) parados en la parada, porque corrernos de ahí sería, simplemente, implosionar.
Aún así, yo ya no espero demasiado para cuando llegue el invierno. Me queda, por lo menos -eso sí- seguir esperando el invierno (el invierno eterno, ese que va a llenar de hojitas las calles y de nieve los techos, que va a hacer aparecer un hogar con leños en mi comedor, y un tranvía directo de Agronomía hasta Olivos), cosa que no dejará de pasar nunca.
Pero ya no me sale demasiado esperar que, además del invierno, venga el invierno.
Y yo también te quiero mucho. Por suerte. Es una de las pocas cosas que me hace pensar que, allá a lo lejos, efectivamente está llegando el 44.
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