domingo, 17 de febrero de 2013

Nada se opone a Delphine


Nunca me fue fácil empezar un texto. En general, tengo una idea vaga en la cabeza sobre la idea que quiero dejar plasmada, una o dos frases que irían en una parte en particular de esa narración y todo el resto, se escapa. O bien porque es un tema complejo, o bien porque se me ocurre cuando me estoy por quedar dormida y al día siguiente ya no recuerdo ninguna de mis ideas, o bien porque me distraigo, más a propósito que otra cosa. Pero a veces es ineludible dedicarle un rato a lo que te ronda por la mente. A veces tiene demasiado peso.

Hace un rato decidí dejar para mañana lo que me queda de Nada se opone a la noche. Leí tres cuartas partes del libro en una tarde y ameritaba darle un descanso. El libro me lo regaló A. para navidad, con el fin de culminar el 2012 de una manera acorde a todo lo que fueron esos doce meses. Un horror, básicamente.

No me decidí a empezarlo hasta ahora, por un lado porque conocía la temática, por otro porque estaba preparando finales y, además, porque mi idea era tener material de lectura durante las vacaciones. Los tiempos se adelantaron y acá estoy, en el medio de la historia familiar de Delphine De Vigan.
No sé si A. tuvo noción de lo que estaba poniendo en mis manos con ese regalo. Mi familia tiene ciertos recovecos, ciertas anécdotas. No recuerdo exactamente cuáles fueron confiadas a quienes de mi entorno, ni en qué tono fueron transmitidas. Hemos aprendido, con los años, a minimizar ciertos hechos y a desestimar ciertas actitudes, hemos aprendido a usar la ironía como un atenuante de las circunstancias y finalmente, cuando ya no hay filtro posible, hemos negado rotundamente, dejado de decir, de ver y comentar. Lo que no se nombra no existe.

En todas las familias donde hay un loco o una loca, hay patrones que se repiten al infinito. Son maneras de sobrevivir al horror diario, a la memoria, a los genes, al miedo. Esta tarde, leyendo Nada se opone a la noche, he llorado un mínimo de tres veces. Es algo parecido a lo que me pasó cuando F., una chica a la que no veía hace años, rastreó mi teléfono para pedirme el contacto del psiquiatra de mi hermana. Después su mamá llamó a casa y habló con la mía. Quería contarle de la hermana de F. Pero le daban vergüenza las actitudes, las acciones de su hija. Mi madre terminaba diciéndole: cuando C. estuvo mal, hacía esto y aquello otro, entonces la mamá de F le decía: sí, eso, exactamente eso. Más tarde mi mamá me contó de la charla. Los cuadros eran tan parecidos, hasta en detalles mínimos, que me morí de miedo retrospectivo. Me encerré en mi cuarto a llorar durante horas por todo lo que habíamos sufrido, por todos los recuerdos que mi cerebro se había ocupado de atenuar durante los últimos años, y por todo lo que le faltaba sufrir a la familia de F.

Todas las familias tienen problemas. Pero algunos problemas son más grandes que otros, toman dimensiones espectacularmente horribles. Es cierto, mi familia no es como la de esa chica que iba a otro curso en mi colegio cuyo hermano había matado a los padres y después se había suicidado (o al revés, ya no me acuerdo), pero la historia no deja de ser sórdida en muchos aspectos y cosas que ya tenemos naturalizadas hacen que la gente nos mire con muchísima pena, señal de que no son cosas tan comunes ni tan inocuas como tratamos de sentirlas.

Cuando leo Nada se opone a la noche, más que la historia en sí, más que los acontecimientos terribles, me aterran las similitudes. Cuando Delphine dice “mi madre”, yo leo “mi hermana”. Cuando cuenta los derroteros por instituciones médicas varias, yo recuerdo nuestro propio peregrinaje desesperado, viendo como mi hermana se derrumbaba cada día, cómo sus actitudes violentas nos resultaban cada vez más difíciles de controlar, comprender, frenar. Encuentro eco en los altibajos emocionales, los días de esperanza en que las cosas marchaban más o menos bien y la nueva crisis haciendo que todo volara por los aires otra vez y otra y otra más.  Mi hermana fue originalmente diagnosticada como bipolar, como Lucile. Luego el diagnóstico cambió: Trastorno de la Personalidad Límite. Border Line.

Es cierto que la madre de Delphine vivió en una época donde se sabía menos que ahora sobre qué hacer y cómo tratar este tipo de cuadros. Mi hermana tuvo más suerte: si bien hubo varios años de idas y vueltas, diagnósticos erróneos, y peligros múltiples, finalmente encontramos un psiquiatra que logró sacarla adelante. Además, Lucile tenía ya dos hijas al momento de la primer crisis. Mi hermana tenía poco más de 15 años, vivía con nosotros.
Sin embargo, en el caso de ellas, toda la familia estuvo involucrada en el asunto. En nuestro caso, nos encerramos mucho. Mi padre no ayudó en nada, de hecho cada vez que aparecía en escena empeoraba las cosas. Y mi mamá no quería preocupar a mis abuelos o a mis tíos. Mi abuela, de hecho, no cree en psicólogos o psiquiatras, con lo cual las actitudes de mi hermana le parecían de una rebeldía completamente innecesaria. Es cierto que no contaba con información completa, nunca se enteró de los peores episodios ni supo lo mal que la pasamos en esa época.
Lo que finalmente sucedió fue que mi mamá se hizo cargo sola de todo el asunto. Pagó tratamientos particulares carísimos sin ayuda de nadie, fue a buscar a mi hermana a villas y plazas innumerables madrugadas. Mi hermana llegó a pegarle un par de veces. Pero mi mamá tenía que trabajar y yo, en mi rol de hermana mayor, tenía que estar atenta. Cuando tenés que sacarle tijeras y trinchetas de la mano a tu hermana que se está cortando los brazos, nada vuelve a ser como antes, por muy trillada que parezca la frase.

La enfermedad de mi hermana fue compleja. Es compleja, en realidad. La crisis se desató cuando yo terminaba el CBC, aunque las cosas venían enturbiándose desde mucho antes. Escribir sobre eso es, también, enfrentarse a la culpa. SI hubiéramos actuado antes, SI le hubiéramos prestado atención a estos signos, SI no hubiéramos tolerado la violencia de mi padre tanto tiempo. ¿Cuánto pesa, en estos cuadros la carga genética? ¿Cuánto pesa el entorno, las experiencias de vida? ¿Cómo hubiera sido la vida de mi hermana si mi padre hubiese sido un buen padre?

Las personalidades como la de mi hermana o como la de la madre de Delphine absorben toda la energía de una familia. La fuerza centrífuga de sus altos y sus bajos, de sus actitudes, expulsan con fuerza cualquier tipo de amistad o de relación cercana. Sienten culpa por lo que hacen, pero no pueden evitarlo. A la vez, saben que el estatus de “enfermo” confiere cierta inmunidad. Pero esto es también parte de la enfermedad en sí. Mantener las dosis justas de enojo, lástima, paciencia… es realmente complicado. En cierto momento, nuestras vidas giraban en torno de mi hermana. Primero, era mi hermana, después, los componentes de nuestras vidas. Eran anexos, actividades secundarias. Todo lo que hacíamos, lo hacíamos pensando en su enfermedad. Elegir determinado horario en la facultad para que ella no se quedara sola, esconder todos los elementos cortantes, remedios, vaciar botiquines, ir al baño con la cartera a cuestas, cerrar con llave placares y puertas de los cuartos. Pequeñas cosas que sumadas implican cambiar casi toda la vida cotidiana. Tener que cerrar tu cuarto con llave no es justo. No es justo que sea necesario hacerlo, da bronca, da vergüenza, genera impotencia y malestar. Pero peor es cuando descubrís que te faltan 500 pesos, o ropa, o libros, o Cds. Hay que acostumbrarse, aprender a tener cierto tipo de humor y cierto tipo de desdoblamiento.

Mi hermana se cortó los brazos, la cara, se arrancó el pelo, se tomó varias cajas de medicamentos y hubo que hacerle un lavaje gástrico, tuvo dos abortos, durmió en plazas con lúmpenes de todo tipo, se drogó, robó, se fue de mi casa una semana porque le pareció que tenía que ir caminando a Mar del Plata. De ese incidente no se volvió a hablar en mi casa, pero todos tuvimos que ir a declarar a la comisaría, mi pareja de ese momento me acompañó y también mi mejor amiga. Estaban también mi madre y mi tío (mi mamá tuvo que romper ese pacto de silencio familiar porque la situación era demasiado grave), estaba también mi padre con quien yo hacía ya varios años no me veía ni me hablaba. Era una comisaría de delitos especiales, o algo así, ya no recuerdo. Pero no era una comisaría común. El comisario fue a buscar a mi hermana a plazas, habló con pibitos no más grandes que ella que vivían en la calle y que la conocían. Un testimonio atrás de otro, terminaron en Moreno, en la casa de uno de estos chicos. La mamá les dijo que mi hermana y su hijo habían salido de viaje, a Misiones, creía ella, aunque también podía ser Perú. Estábamos todos increíblemente angustiados, hice llamadas inverosímiles a gente que no venía hacía muchísimo tiempo y que cabía la posibilidad de que estuvieran viajando por el norte. Me tomaron declaración, la computadora se colgó y hubo que hacer todo de nuevo. Finalmente, mi hermana apareció unos días más tarde. Estaba en el kilómetro 90 de la ruta 2, entró a una comisaría, dijo que tenía hambre y que llamaran a mi mamá. La fueron a buscar el comisario que había tomado la denuncia y otro policía. Cuando llegó, recordaba poco y nada de lo que había pasado esa semana y dijo que estaba embarazada y que estaba feliz de ser mamá. No estaba embarazada, tampoco se había contagiado HIV aunque por lo que supe después, las circunstancias que había vivido habían sido muy riesgosas en ese y en otros aspectos.
También llegó a escuchar voces. Ella sabía que no eran reales y justamente por eso estaba tremendamente asustada. La primera vez que la vi en un episodio de esos, tuve miedo y lástima, la vi empalidecer, empezar a llorar, mirar hacia ningún lado y gritar que por favor se fueran, que por favor se callaran, tirarse al piso, ponerse en posición fetal, agarrarse los brazos, temblar, babear y seguir pidiendo que pararan. Esa fue la peor época y yo decidí irme unos meses a la casa de mi mejor amiga. La enfermedad de mi hermana nos estaba enfermando a todos. Me daba culpa dejar a mi mamá sola con esa carga, pero yo realmente ya no podía más. Lloraba todo el día, tenía miedo, no podía dormir. Me acostaba a las dos de la mañana, a las cuatro me despertaba y ya no podía seguir durmiendo. Un mes después tenía la piel amarilla. Nevaba en Buenos Aires y todo era tremendamente irreal.

El psiquiatra nuevo de mi hermana nos anunció que sus problemas no e iban a ir. Que iba a estar enferma para siempre. En ese momento me pareció una suerte de condena de muerte. Ella no podía vivir así, y nosotros no podíamos vivir con ella así. Después, con el tiempo, pudimos ver que ese para siempre era relativo. Es cierto que mi hermana tiene una personalidad muy compleja. Pero también es cierto que mejoró. No terminó el secundario, pero tiene su trabajo. Pasea y entrena perros, le va bien, es muy buena haciéndolo. Ser su propia jefa le ha ahorrado el contacto humano más tensionante y la ha ayudado a organizarse. Es cierto que siempre va a estar enferma, pero no siempre va a estar en el fondo del pozo. Ahora hace ya dos años que no está medicada y, salvo dos incidentes a principios del año pasado, bastante tremendos pero aislados, sigue con su vida. Convivir con ella es complicado, no es que no, pero es eso: una convivencia. Su vida es su vida, y nuestra vida es nuestra vida. Podemos separar esas cuestiones.

Leer a Delphine es agotador. Saca los recuerdos que están más enterrados. Me hace llorar de pena por nosotros, por mi familia, por todo lo que hemos pasado. Me hace llorar el espejo que es su historia de la mía, con qué ligereza contamos ciertas historias, como las hemos incorporado a nuestro repertorio, como las dotamos de cierta comicidad a fuerza de repetirlas y quitarles peso, hacerlas parte de la rutina. Cuestión de costumbre, diría la tía de Delphine. Es necesario hacerlo para poder seguir viviendo.

Al final no estoy segura de si lo hemos hecho del todo bien. No sé si está bien olvidar a conciencia las cosas más feas, las más graves. Al final, una olvida para que después esas historias vuelvan en forma de libros, de películas. Hay cuestiones no resultas que yo sé que están ahí, esperando su turno para estallar un día u otro: cuando le entregaron el diploma a mi hermano, que terminaba el secundario, casi me pongo a llorar de angustia solo por ver la espalda de mi padre unas diez filas de asientos más adelante. Sé que son cosas que están ahí, guardadas. Me doy cuenta cada vez que tengo pesadillas y noto que todas transcurren en la casa donde vivíamos con mi papá. No puedo ponerle nombre a esas memorias, no tienen forma, no están en el universo consciente. Apenas asoman como concepto, como emoción, ante determinadas palabras, imágenes, situaciones. Pero escribir aunque sea unas líneas sobre los últimos ocho años es un paso, eso seguro.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Era hora

En todo caso
siempre nos quedará la alegría de la cerveza
resplandor amarillo, malta y centeno
alegría de verano, calor y cielo
Buenos Aires es
un poco Corrientes y 9 de Julio.

En todo caso
siempre nos quedará la costanera
no hace falta irse a París
para que nos quede algo.

En todo caso
siempre nos quedará la alegría del vino
el faso, invierno
manos frías en los bolsillos
milongueando en Villa Crespo.

En todo caso
siempre nos quedará Buenos Aires
no hace falta irse a Brasil
para que nos quede algo.

lunes, 6 de agosto de 2012

vuelve el insomnio, vuelve pizarnik

y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo

lunes, 30 de julio de 2012

not fair (II)

por qué estirar todo hasta que se rompe, por qué estirar todo hasta que el elástico se vence y no se rompe pero queda arrastrándose por el piso, por qué acostumbrarse a la costumbre, por qué negarse a las cosas lindas, por qué hacer incompatibles cosas que pueden ir de la mano, por qué no elegir literatura y escritura y todas las turas de este mundo -pudiendo elegirlas-, por qué pasarse los días con el aire que alcanza apenas, por qué mirás para abajo en vez de mirar de frente, por qué te acostumbrás a la costumbre, por qué querés demostrar que sos de la costumbre si la costumbre es todo menos vos, por qué no querés ir de la mano, por qué querer un mundo muy otro que este para todxs menos para vos, por qué hacer de cuenta que, por qué convencerse de, por qué callarte y por qué hacerte la boluda y por qué la media sonrisa si la sonrisa entera te es tan linda, y por qué no llenarte de discos nuevos -ajenos-, por qué no cantarte todas las canciones desafinadamente, por qué todo tan todo y después tan nada, y por qué no darte los papeles escritos y las biromes negras gastadas y sin tapa y mostrarte la lista de las compras y explicarte y después ir a plaza cortázar y leerte un poema que dice que el tigre es un jardín que juega y explicarte por qué tanto café en jarrito y por qué esa necesidad de tener siempre un libro en la mochila y que vos entiendas y te rías pero entera, no por la mitad y juguemos al cíclope y después te regale la poesía completa de pizarnik (o mejor la prosa y te lea sobre los alcauciles y te dedique el libro con un texto de galeano donde te explique que el mundo es tuyo y que todo lo que necesitás es amor) y por qué no comprar un montón de cosas chiquitas e inútiles pero hermosas y de colores y pensarlas hacia un futuro donde la costumbre no tenga espacio y todo sea invención y mate amargo, y por qué atarse a lo que ya no hace bien, por qué no desatarse y por qué no leer juntas a murakami y armar una biblioteca llena de cosas lindas y después hacer tostadas y llevarlas hasta el parque centenario y reirnos hasta que se nos caigan las lágrimas, por qué si te encantan mis planes, por qué

jueves, 12 de julio de 2012

postmodern girls
porque va más allá de la ideología,
(porque lo ideológico pasa realmente por
otro lado).
es un decir pero, también
son los vestidos y los collares de pelotitas
son los sueldos regalados a murakami
y a palahniuk
las bufandas, la crema de cacao rosa
the cure y aristimuño
chica con ojos de ayer, escuchás
mientras pensás de qué ayer son esos ojos
si es ayer 2001 o
ayer 2005
no es lo mismo
no es igual de post, ni es igual de modern.
no es la misma chica.
porque en el medio son las definiciones
los escenarios  (dónde él es ella
y así), las películas de warhol
en italiano, audrey hepburn, el
frío, breakfast at el único bar
abierto en consti a las cinco a.m.
no es fácil el balance ni la memoria ni nada de eso es amigable
son todas las espinas, pero un poco de dolor no le hace mal a nadie por no decir que
un poco de dolor le viene bien a todo el mundo -mientras cogés en un auto en parque chas pensando en almagro cuasiviviendo en boedo; porque siempre es boedo. obvio-
es abrir los ojos de noche y que el insomnio vuelva porque, un poco de sinceridad, carajo, lo extrañás. igual que escuchar los redondos un lunes 3 a.m. o sea que en el fondo se extrañan los a.m, y así pasamos de la poesía a la prosa sin solución de continuidad, como en su momento pasamos de cortázar a la voluntad con una continuidad bastante dudosa, justo en ese julio de nieve. todo a medias, eonamente, claramente y verónicamente.
la postmodernidad se arrastra, sí, pero por capricho propio, tomando delicadamente con una mano de uñas prolijamente despintadas de rojo, algunas cosas y dejando otras, dejándole lo ideológico y la culpa a bourdieu y a la wittig que tan alegremente (sí, alegremente) construyen esa identidad borrosa. es devenir oruga después de años de capullo, no por arrepentimiento, o costumbre, sino porque aceptar la mariposa es aceptar que todo está dicho y que no podemos hacer nada. no podemos volver a consti de madrugada y esa imposibilidad pesa, aunque ni siquiera tengas ganas de volver ahí.
por eso decía
que postmoder girls every year,
my darling,
every time
reading and crying
because of pizarnik
(inserte aquí pertinente anotación en francés)
poem over poem
cause´ a es a y también
a rose is a rose
y también: april is the cruellest month
cada cosa en su lugar y un lugar para cada una
y una postmodernidad para cada chica