lunes, 6 de julio de 2009

Buenas Compañías

Una se deja escurrir por estas calles vacías dónde el pánico a la gripe porcina resucitó colores y aromas de épocas pasadas, y de repente caminar por las callecitas vuelve a ser ese sentimiento fraterno y ya la destrucción de las costumbres arraigadas no es la muerte ni mucho menos.
Es, al contrario, una laguna de fuego dónde el dique se rompió, se fue resquebrajando de a poco y finalmente las lenguas rojas desbordan la contención, se rompen las paredes y se queman los campos y de las cenizas de tanta cosa vieja y carbonizada surge un ánimo, una voluntad más allá de todo, y una sabe que conviene dejarse llevar, empujar, patear y abrirse paso aunque duela.
Una termina horrorizada de una misma, pero es un horror dulce y es saberse de nuevo en una senda que se había perdido y es escuchar las palabras de Marcos (que no es marcos pero sí es) y llenar el corazón de vida, dejarse anclar por las palabras, dejarse arrastrar por el lenguaje y que sea tautología pura si así tiene que ser. Sobre todo eso: escuchar a Marcos (que no es Marcos, pero ponele que sí, ponele que a mi qué me importan los nombres si en el fondo…), saberse cerca. Saberse entera y mirar con los ojos bien grandes, para que no se escape nada. Nunca.
Y por sobre todo saber que el mundo es propio, que lo único que necesitamos es ironía.

1 comentario:

Filo dijo...

estuve advitiendo que usas muy bien las etiquetas, yo aun batallo con ellas.
marcos, que no era marcos..
me gusto eso, me recordo a JC
tu sabes!


por aqui todo bastante tranquilo, digamos que no hay mucho que contar cuando se pierde la cotidianeidad, se hace dificil saber por donde arrancar, a donde nos quedamos.